I quattro bozzetti ai lati - tratti dal sito omonimo (il cui curatore, J.B. Aymard, qui si ringrazia) - sono opera di Frithjof Schuon.
Da un articolo del medesimo, dedicato ai pellerossa ed alle "tradiciones de origen prehistórico propias de los pueblos mongoloides, incluidos los indios norteamericanos" (ovvero tutta "la raza amarilla"), trascriviamo quanto segue.

"Todas estas doctrinas se caracterizan por la oposición complementaria de Tierra y Cielo y por el culto a la naturaleza, considerada ésta en el aspecto de su causalidad esencial y no de su accidentalidad existencial". I pellerossa, in particolare, credono che Dio, "tras haber formado los terrenos de caza y haberlos llenado de animales, creó al primer hombre y a la primera mujer pieles rojas, que eran de gran estatura y tenían una vida muy larga; que con ellos celebraba consejos y fumaba, dándoles leyes que debían observar, y que les enseñó cómo conseguir la caza y cómo cultivar el maíz; pero que a causa de su desobediencia se alejó de ellos y los abandonó a las vejaciones del espíritu maligno, que desde entonces ha sido causa de todas sus desdichas".
Inoltre, "puesto que el punto de vista del autor no es compatible con el evolucionismo (por no decir otra cosa), no encontrará aquí el lector ni asomo de creencia en un origen de las religiones tosco y pluralista, ni tampoco razón alguna para poner en duda el aspecto 'monoteísta' de la tradición de los indios, y menos aún si tenemos en cuenta que el 'politeísmo' puro y simple nunca es otra cosa que una degeneración, luego un fenómeno relativamente tardío, y en todo caso mucho menos extendido de lo que suele creerse [...]. El monoteísmo primigenio nada tiene de específicamente semítico y más bien es un 'panmonoteísmo'; si no, no hubiera podido derivar de él el politeísmo. Tal monoteísmo subsiste, o ha dejado huellas, entre pueblos de índole muy diversa [...]. Cierto es que hay varios 'Grandes poderes' (Wakan tanka), pero tales poderes, o están subordinados a un Poder supremo que se parece mucho más a Brahma que a Júpiter, o bien se los considera una totalidad o una Sustancia sobrenatural de la que nosotros mismos somos partes. Se habla a veces de un Poder mágico que anima todas las cosas, incluidos los hombres, denominado Mánito (algonquino), u Orenda (iroqués), y que se coagula (o se personifica, según los casos) en las cosas y los seres, incluidos los del mundo invisible y anímico, y que se cristaliza asimismo en relación con determinado sujeto humano en cuanto totem o 'ángel custodio' (el órayon de los iroqueses).
[...] Como la creación, a pesar de todo, es algo que se aleja de Dios, necesariamente tiene que haber en ella una tendencia deífuga, de modo que la creación se la puede considerar en dos aspectos, divino uno y demiúrgico o luciferino el otro. Los pieles rojas mezclan los dos aspectos, y no son los únicos que lo hacen: recordemos tan sólo, en la mitología japonesa, al dios Susano-o, genio turbulento del mar y la tormenta. En resumen, el demiurgo (llamado Nanabozho, Mishabozho o Napi por los algonquinos, y Tharonhiawagon por los iroqueses) no es otro que Mâyâ, principio proteico que engloba a un tiempo a la potencia creadora y el mundo, y que es la natura naturans así como la natura naturata: Mâyâ está más allá del bien y del mal, expresa tanto la plenitud como la privación, lo divino y lo demasiado humano, incluso lo titanesco y lo demoníaco, y de ahí una ambigüedad que a un moralismo sentimental le cuesta comprender.
Por lo que a la cosmología se refiere, para el indio no hay realmente creatio ex nihilo, sino más bien una especie de transformación. En un mundo celestial situado por encima del cielo visible vivían en el principio unos seres semidivinos, los personajes prototípicos y normativos que el hombre terrenal debe imitar en todo. En aquel mundo celestial no había más que paz; pero hubo un momento en que algunos de aquellos seres sembraron la discordia, y aconteció entonces el gran cambio: fueron exilados en la tierra y se convirtieron en antepasados de todas las criaturas terrenales.
[...] Lo que denominamos 'creación', por consiguiente, es sobre todo para el indio cambio de estado, o un descenso; esta perspectiva 'emanacionista' en el sentido positivo y legítimo del término, se explica aquí por el predominio que en los indios tiene la idea de la Sustancia, esto es, de realidad 'no discontinua'. Es la imagen de la espiral o la estrella, no la de los círculos concéntricos, que son discontinuos con respecto al centro, aunque esta última perspectiva no haya que perderla nunca de vista: las dos imágenes se complementan, pero el énfasis se pone a veces en una y a veces en otra. ¿Cuál es el significado exacto y concreto de esa idea india de que todo está 'animado'?
En principio, y metafísicamente, significa que, sea cual sea el objeto considerado, sale de su centro existencial un rayo ontológico hecho de 'ser', 'conciencia' y 'vida' por el cual, a través de su raíz sutil y anímica, permanece unido a su prototipo luminoso y celestial; de ello se sigue que, en principio, podamos alcanzar las Esencias celestiales a partir de una cosa cualquiera. Las cosas son las coagulaciones de la Sustancia divina, mientras que la Sustancia - y esto es crucial - no se ve afectada en lo más mínimo por esos accidentes. La Sustancia no es las cosas, pero las cosas son Sustancia, y ello en virtud de su existencia y sus cualidades; ese es el sentido profundo del animismo polisintético de los pieles rojas, y es esa conciencia aguda de la homogeneidad del mundo fenoménico lo que explica su naturalismo espiritual, y también su negativa a separarse de la naturaleza y entrar en una civilización forjada de artificios y servidumbres, y que lleva en su seno los gérmenes de la petrificación y de la corrupción. Para el indio piel roja, como para los pueblos del extremo oriente, lo humano se encuentra en la naturaleza y no fuera de ella".


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Ancora da F. Schuon (in Regards sur les mondes anciens) - e dal sito sopracitato - traiamo le seguenti osservazioni. "L'affascinante combinazione di eroismo stoicamente combattivo e di andatura sacerdotale conferiva ai pellerossa delle pianure e delle foreste una maestà aquilina e solare. Da ciò derivano la bellezza insostituibilmente originale dell'«uomo rosso» ed il suo prestigio come guerriero e come martire. [...] Per comprenderne appieno il tragico destino bisogna tener conto di una cosa: questa razza ha vissuto per millenni in una sorta di sconfinato paradiso. Quelli dell'ovest ci si trovavano ancora, all'inizio del diciannovesimo secolo. Era un paradiso rude, certo, ma in grado di offrire un'atmosfera grandiosamente sacra". [...] La distruzione cosciente, voluta, metodica e soprattutto ufficiale - non anonima, quindi - di questa razza, della sua tradizione e della sua cultura, lungi dall'esser stato un processo inevitabile, rimane uno dei più grandi crimini ed una delle più spaventose forme di barbarie che la storia ricordi".